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Saturday, March 04, 2006

Qué raro!! jejeje


Lo que siempre me ha caracterizado es que cuando me gusta algo, de pronto me adentro mucho en el tema, demasiado tal vez...jaja por eso en casa me dicen el calenturas, por que si hoy me llama la atención un rompecabezas, es muy probable que mañana ya haya leido sobre el tema, y ya haya comprado hasta unos 10 sólo para probarlos.
Bueno esta vez se trata de German Dehesa jaja.. no no es la primera vez que leo de él, de hecho me gusta como escribe y me divierte, sólo que se me olvida leerlo por mucho tiempo, y cuando lo hago de nuevo recuerdo lo bueno que es jajaja.. aquí va un texto que encontré en Internet. Todavía no lo leo todo pero hasta ahora jeje está cajeto..
a ver va:
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GERMAN DEHESA VS GERMAN DEHESA

Déjenme platicarles un poco acerca de los tortuosos caminos que me han traído hasta aquí. Cuando me propusieron este ejercicio, en principio pensé que el que me hablaba era un bromista telefónico y como tal le respondí que por supuesto estaría dispuesto a un intenso pugilato conmigo mismo. Y aunque no lo crean me tiene en vilo el asunto: la verdad ya llevo varios años aprendiendo estratagemas para aliviarme de una timidez incurable. Soy tímido de nacimiento. Parece que mi hijo heredó ese problema: también es muy refractario, aunque no lo someto a las torturas a las que yo sí fui sometido; a mí me obligaban o intentaban obligarme a recitar el poema a los niños héroes de Amado Nervo, delante de una bola de seres muy extraños: hombres viejísimos como de cuarenta años y mujeres con lunares peludos que me parecía que no merecían escuchar aquellos versos por mi boca. Mi mamá me laceraba fuertemente porque decía que cómo era posible que si me los sabía no los recitara; decía yo: que no me daba la gana y que me daba mucha pena y que seguro se me iba a olvidar y... Desde entonces empezó a fraguarse el acero y aquí estoy después de todos esos años avisándoles que sí, que soy como todos ustedes: un ser dual. Espero que no lleguemos a un diagnóstico de esquizofrenia severa, pero sí tengo esa condición de siempre estarme asomando a dos caminos. En mi caso, además, se acentúa por el hecho de ser hijo de un veracruzano alegrísimo, desmadroso, vital, con una capacidad para resolverlo todo en una broma, en un chiste, en una ocurrencia, en encontrarle siempre el lado luminoso aun en lo más siniestro y militante del Partido Comunista Mexicano. Por otro lado, estaba mi madre, que era una señora decente y con una brutal propensión al aburrimiento, a la condición sufridora, dramática; casi daba las gracias por cada dolor nuevo que le venía.

Giovanni Guareschi creó a dos personajes memorables: a Don Camilo, que era cura, párroco de un pueblo italiano, y al alcalde, que era comunista, se llamaba Giusepe Bottazzi aunque todo mudo le decía Pepón. En mi casa vivían don Camilo y Pepón, nada más que Don Camilo era Doña Camila. Si recuerdo el mundo de Guareschi lo más conmovedor del libro, lo más divertido era que a pesar de esos encuentros o desencuentros ideológicos siempre encontraban una ruta para que lo humano los reuniera. Supongo que por lo menos en tres ocasiones mis padres lograron encontrar ese camino, tuvieron tres hijos, uno de ellos con parálisis cerebral, el mayor; luego aparecí yo en el horizonte para gloria de este país, el primero de julio de 1944. Mi padre pidió que yo naciera en Veracruz puesto que mi espíritu era veracruzano y mi madre dócil y cristiana me nació en Tacubaya... y me pasó a fregar porque realmente ser de Veracruz es algo tres o cuatro veces heroico (salvo el cine Ermita y un motel muy viejo que hay por ahí, Tacubaya no tiene mayores timbres de gloria ni de historia). He de señalarles que nací cerca del Molino del Rey donde se libró una batalla importante, donde se perdió una batalla importante (casi es de rigor decirlo, es como un pleonasmo: si es una batalla en la que participaron los mexicanos, salvo la del 5 de mayo y la de Querétaro, todas las demás las perdimos), donde, además, en su momento nacería Guillermo Prieto, de quien me siento tan cercano. Me parece un viejo maravilloso; nada hay más deleitoso para un mexicano o nada debería ser más deleitoso, que la lectura de Memorias de mis tiempos, es la historia del México del siglo XIX contada por su mejor cronista, por un protagonista privilegiado que estuvo en todo, que estuvo en las guerras, que estuvo en la paz, que estuvo en el periodismo, que estuvo en la dramaturgia y que publicaba los famosos San Lunes de Fidel, donde cada semana hacía un resumen periodístico de lo que le había parecido la semana mexicana. Nazco, pues, en Tacubaya donde ahora está la UAM, en esa hermosa casa donde estaba la maternidad, que tiene enfrente la embajada rusa, que era muy frecuentada por mi padre -la embajada rusa, la maternidad pues nada más esa vez fue ya a enterarse a ver qué le había salido, y le habían salido dos orejas básicamente y un pequeño ser adosado a las dos orejas, así es que no ha cambiado mucho la configuración del hijo de Don Ángel Dehesa, de mi querido Don Ángel, de mi añorado Don Ángel.

Obviamente sí me voy a pelear yo contra mí. Existe el yo que está tomado de la mano de mi padre y el otro que no quisiera tomarse de la mano de mi madre porque... porque no me encuentro, no siento que sea yo, pero que de alguna manera me influyó. Recuerdo esas sesiones donde tenía yo que rezar para que se le quitara el hipo al papa; le venía hipo a Pío XII y teníamos que rezar el rosario en familia, pero el de quince misterios. Yo no entendía porqué repitiendo unas palabras desde la ciudad de México, que quedaba a un chingo de distancia del Vaticano, un señor que tenía hipo en Roma se le iba a quitar el hipo. Yo decía:

-¿Y si le dan agua mamá, si aguanta la respiración un rato y nosotros aquí como imbéciles rezando el rosario?

- ¡No!

Eso era lo de menos. Esa manera pormenorizada que tenía mi madre de vivir la fe. Me acuerdo que antes de mis doce años, no salíamos en Semana Santa, no se podía salir; finalmente, previa consulta con su confesor, con el padre Domingo en la iglesia de San Antonio en la colonia Nápoles, nos dieron permiso de ir a Acapulco, siempre y cuando observáramos el jueves y el viernes. Nunca entendí muy bien, era cosa de sentarse como quien ve el paisaje, como quien ve La Quebrada, uno observa un día. Ahí estábamos como estúpidos observando el día; finalmente, a las doce nos ganaba la voluntad de ir al mar, nos íbamos a la playa y en punto de las tres de la tarde del Viernes Santo con el Sol a plomo, mi madre nos hincaba en el camellón de La Costera a rezar porque estaba muriendo Jesucristo y yo decía:

-¡Puta, fue hace un chingo! Digo, ¿realmente Jesucristo me lo va a tomar en cuenta, esto de que tantos años después, 1956 años después, yo me esté hincando en la costera de Acapulco con la bragueta llena de arena?- Como salía uno del mar, con un bolsón ahí... era espantoso, más el Sol, más la sal que traía uno y mi mamá me decía:

-¿Y lo que sufrió Cristo en la cruz?

-¿Pero yo qué culpa...?

Hasta que no terminábamos todas las oraciones no nos levantábamos... y mi mamá se sabía muchísimas. Hace no se cuánto que no rezo el rosario, ni en familia ni sólo ni nada y, sin embargo, en cuanto me descuido ya estoy con: por estos Misterios Santos de Cristo, la nación mexicana, la unión y feliz gobierno, goce puerto el navegante: me empezaba a imaginar los barcos en mitad de la tormenta y me decía: como estoy rezando seguro va a encontrar el puerto el navegante. Le daba a uno como una especie de megalomanía porque podía decidir la suerte de los navegantes, de la unión y feliz gobierno de la nación mexicana, y hacía una lista como de súper, como de carta a Santa Claus. Por estos Misterios Santos... y luego venía lo de antes del parto, durante el parto y después del parto y cuando uno empezaba a querer pararse eran unos manazos y unos coscorrones terribles. Quisiera decirles que tengo un desgarramiento terrible y que tuve una crisis de fe espantosa... Aunque realmente no la tuve, en cuanto perdió mi mamá cierta autoridad sobre mí, no volví a pararme en una iglesia, luego me paré para un matrimonio más o menos logrado; realmente no es lo mío, aunque nunca he dejado ni de rezar, ni de creer en Dios, ni de platicar en las noches con Él. Platicaba hoy en la mañana con mis alumnos y alumnas que no puedo ver a Dios como agente de colocaciones o para pedirle que ganen los Pumas tiene uno que estar loco para hacer esas mezclas de teología y futbol.

Y todo esto para no entrarle a este tema que realmente es muy arduo y que para mi es muy difícil decidir. Les quiero avisar que sí, que soy un ser dual, que tengo esta parte muy sellada por una formación católica, sea o no uno practicante. Hay algo en nuestra mentalidad, en nuestra manera de entender la vida, en nuestro juicio sobre la existencia, tenemos un lado sufridor, es nuestra madre que se asoma en cuanto puede. Recuerdo mucho a mi madre haciéndome su numerito de:

-¡Ay, no sabes, mi pierna mala -porque mi mamá pasada cierta edad tenía una pierna mala-. No sabes lo que me ha dolido todo el día mi pierna mala...

-¡Chín! -decía yo.

-Pero tú te vas a ir a una fiesta, ¿verdad? Vete, vete tranquilo de veras. Yo gozo sabiendo que tú estás gozando, nada más déjame el rosario cerca por favor y mis medicinas, porque si me viene una crisis... no creo, eh, no creo, pero por si me viniera déjalas ahí, total, si de veras me siento muy mal (no puedo ahorita apoyar el pie), me ruedo sobre el mosaico y pecho a tierra llego al teléfono? de alguna manera alcanzo el teléfono.

El resultado es que yo no iba a la fiesta y la pinche vieja se cuajaba toda la noche. Ya no le dolía nada, ya no necesitaba nada, ni el rosario rezaba, le valía gorro todo y de pronto aparecía en mi vida mi papá y me decía: "Vámonos a ver qué encontramos". Empezábamos a caminar. Me acuerdo que cuando paseábamos por Insurgentes y yo veía a esas mujeres recargadas en los árboles, con mucha pintura en la cara y con unas vestimentas muy extravagantes y llamativas, decía:

- Oye papá, ¿y esas señoras?

- Ay hijo, ¿qué no sabes?

- No papá.

- Son de la forestal, hijo, son policías forestales; les encargan un árbol a cada una. Ellas tienen que cuidar su árbol y como está tan cerquita de la banqueta, por eso se visten así para llamar la atención, no las vayan a atropellar.

Era una explicación tan hermosa que hasta la fecha me conmueve, me dan ganas de bajarme a dar las gracias a las de la forestal porque están cuidando los árboles.

En esos dos mundo me movía yo: en un mundo del puro gozo, de la pura invención, del mundo siempre visto desde su ángulo más divertido, más chistoso, más llamativo, más fértil para la imaginación, el mundo jarocho de mi padre; y, por otro lado, el mundo michoacano, contrarreformista, feroz, de mi madre, un mundo que consideraba que sufrir era un mérito importantísimo pues estábamos en este valle de lágrimas para acumular, hagan de cuenta como puntos para viajar en avión, puntos para irse al Cielo.

Fui muy feliz en una escuela de gobierno. Quería mucho a mi maestro, a quien se le ocurrió decirme:

-En esta escuela te vamos a echar a perder. Tú tienes capacidad para más. Te voy a conseguir una beca y voy a hablar con tus padres.

Rápidamente aparece mi madre en el horizonte y dice: "Este es el momento". Me metió con los hermanos maristas. Me dieron la beca... y la beca estaban por ley obligados a darla y, sin embargo, en cuanto sacaba siete en conducta, en todo el sonido del Instituto México se oía: "Le recordamos al niño Germán Dehesa que no paga colegiatura sino que está becado en esta escuela y que por lo mismo debe..." Yo decía: "¡Puta madre!" Con los los O´Farril por allá, los Cortina por allá, a los que les daban 25 pesos de domingo, cuando a mí me daban un peso; sí había ahí una asimetría, hablar con ellos era como tratar un TLC Estados Unidos-México. Una desigualdad brutal, ellos tuvieron, primero, motoneta, luego motocicleta, luego automóvil y yo seguía tomando mi Popocatépetl / Colonia del Valle y anexas y disfrutando de la ciudad como loco; sobretodo al ir con mi padre, tomar el Insurgentes / Bellas Artes, en Georgia e Insurgentes y tardar treinta minutos en llegar a la Alameda y pasar junto a una escultura y agarrarle las nalgas a la escultura. Me decía mi papá:

-Yo primero porque soy tu mayor. Tú me la vas a dejar muy sebosa. -Y entonces le daba sus llegues-. Ahora vas tú. ¿Cómo es posible que un hijo mío no sepa ni agarrar una nalga? A ver, mira, te voy a enseñar cómo se ahueca la mano, cómo se le hace.

Esas enseñanzas son invaluables, esas sí sirven para la vida. De esos dos mundos vengo yo y, obviamente, soy una especie de animal dual, soy un centauro -en unas de esas voy a salir sirena o algo así- pero soy mitad carne mitad pescado, mitad caballo mitad ser humano; todos lo somos, traemos la carga genética del padre, la carga genética de la madre. La única ventaja es que los dos eran diabéticos, los dos eran cardiópatas, eso si, cardiópata y diabético lo soy a pleno pulmón y en el cuerpo entero, porque eso sí me lo heredaron los dos, lo demás es el valor añadido, lo que yo he tratado de averiguar por mi cuenta.

A mí me deslumbraba mucho mi padre, era bastante pobre y no le daba ninguna pena serlo; nos corrían cada seis meses de las casas donde estábamos; nos mudábamos y era una fiesta, porque me decía:

-Lo de menos sería quedarnos, pagar la renta al puerco capitalista, pero, yo no quiero quitarte la oportunidad de que conozcas la ciudad.

Y mientras, mi madre sufría en silencio, es decir con un estrépito que se oía a cinco kilómetros, porque cuando una mujer sufre en silencio se oye como a veinte cuadras a la redonda, eso es lo que ellas entienden por sufrir en silencio, y lloraba todo el trayecto diciendo:

-Claro, ustedes se conforman con cambiarse, pero ¿quién pone la casa y quién acomoda los muebles y la chingada? -total, acabábamos acomodándolo todo nosotros, porque a mi mamá le venía el dolor en la pierna mala.

Ése es mi mundo. Podría estar peleado conmigo mismo, pero vivo muy reconciliado. Cuando llegado el día falleció mi padre, se murió de la manera más tranquila, se acostó a dormir una siesta, se enderezó y le dijo a mi madre: "Te quiero comprar un vestido en Liverpool"; fueron sus famosas últimas palabras -por andar ofreciendo vestidos a las viejas, eso nunca hay que hacerlo-, se volvió a recostar un momento, le dio una embolia fulminante y murió. Mí mamá -se supone que cuando uno hace edema pulmonar podemos salvar uno, dos, quizá tres- hizo casi treinta edemas pulmonares y la pinche necia no se quería ir y se murió porque a mi hermana se le descompuso el coche; mi hermana, una doctora muy afamada en el Seguro Social, en cuanto veía que mi mamá se empezaba a torcer, la trepaba al coche y se la llevaba al Seguro, le ponían el ventilador y le hacían quién sabe qué y le pasaban suero y total que yo ya llegaba vestido de negro y todo y ella salía radiante y así más o menos 30 veces. Pero una vez -y conste que no fui yo el que descargó la batería- no arrancó el coche y mi mamá ya no alcanzó a llegar y se murió ahí en el trayecto; mi hermana se azotaba y yo le decía: "Hermana esto ya no era vida, agonías todos lo días esto ya era un exceso". Finalmente, se murió mi madre y cuando fui a la funeraria -estuve cinco minutos en Gayosso, tan malnacido como soy, detesto ir a Gayosso, me encanta estar con los vivos yo no sé qué le va uno a oler al muerto- le llevé unas rosas y le dije: "Madre ahí quedamos, entiendo que lo que hiciste como siempre me lo decías: es por tu bien y esta cachetada que te voy a dar algún día me la agradecerás -todavía no ha llegado ese día- porque lo estoy haciendo por tu bien y me soltaba unas..."

Por otro lado, no creo haberme dispensado de vivir por los libros, es decir, no es mi caso como el de algunos seres que han escogido leer, por miedo a vivir; hay otros que se meten a la vida por miedo a la belleza, por miedo al conocimiento; como que yo he ido y venido? cosa que siempre tuvo muy nerviosos a mis maestros porque decían: "Bueno, si éste sabe tantas cosas sobre Shakespeare o sobre Lope de Vega o sobre Sor Juana ¿por qué va al teatro Blanquita?, ¿qué va a buscar al teatro Blanquita o qué hace en el Tivoli oyendo Harapos? A mí me gustaba oír Harapos y me gustaba leer a Shakespeare, me gustaba tener eso para lo que ni siquiera hay palabras en español, lo que se dice en inglés el street wise, la sabiduría de la calle, me encantaba y me sigue encantando; oír a la gente y ver qué se trae y oír sus argüendes y sus fabulaciones y sus mitos y sus historias. Si iba a la calle o iba a los libros, era para traer materiales para mi hermano. Ahí empezó mi esquizofrenia. Yo le platicaba y me respondía, me respondía tratando de adivinar lo que él podía imaginar, de lo que yo le estaba contando; por eso aprendí a diálogar, por eso me dicen: "Escríbete una escena", y lo hago como si la tuviera ya en la cabeza. Me asusta que la gente no lo haga. Adquirí dominio de la palabra, adquirí el dominio del dialogo, de hablar desde el otro y preguntándome quién es el otro y qué quiere decir, a imaginarlo, a suponerlo, aprendí también a mantener la tensión, porque mi hermano lo único que podía mover era una mano. Empezaba la narración y me apretaba la mano; si me empezaba a poner pesadito o muy intenso, me empezaba a soltar, y cuando ya era una güeva perfecta, me soltaba la mano. Empecé a aprender en qué momento me iba a soltar la mano y cambiaba de tema o decía un albur o decía esto o decía aquello y volvía a sentir el apretón y es lo que sigo haciendo. Hasta las novelas le quedaban chicas; cuando mi hermano ya estaba muy metido, había que añadirle capítulos al mismo Salgari y resucitar al Corsario Negro. Hace 53 años que yo leía eso y aquí está en mi cabeza; recuerdo exactamente como comienza el Corsario Negro con esa escena en la que están recargados en la borda; y allá en el castillo de proa está el Corsario Negro con una nube de preocupación que cruza por su mente -a mí eso de la nube de preocupación que cruzaba por su mente se me hacía poca madre-. En la escuela me recargaba a ver si me pasaba una nube de preocupación por la mente.

Pero fíjense lo que son las dualidades de esta vida, la maldición de la enfermedad de mi hermano me dio el dominio de la palabra, me dio la lectura, me dio el diálogo, me dio el manejo de las tensiones. No me cuesta ningún trabajo hablar en público porque sigo hablando con mi hermano y siento otra vez cuándo me van a soltar la mano y a qué hora hay que cambiar y a qué hora hay que pasar a otro tema. Pero no es ninguna gracia. Lo aprendí, lo entrené durante más de 20 años de mi vida. Cuando me dicen: "Escribe un artículo diario", pues lo escribo, y me preguntan: "¿Y cómo le haces?" Respondo que sigo hablando con mi hermano, pues se llama Gaceta del Ángel, mi hermano se llamaba Ángel Dehesa y era un enviado de Dios, me trajo todos esos dones y derramó oro sobre mi cabeza y me llevé tiempo en entenderlo. Ahora me pregunto: ¿qué sería de mí "sin esa terrible maldición que por los pecados de mi padre había caído sobre nuestra familia?" Cuando un médico me dijo: "Su mamá que piense lo que quiera, el problema de su hermano se llaman fórceps, para nacer le doblaron demasiado la cabeza, hubo un momento en que se quedó sin oxígeno el cerebro y ahí empezó todo el proceso de deterioro". Pues el castigo resultó un premio para mí, por lo menos, prodigioso. Mi manera de estar en el mundo es un modo de agradecer la existencia de mi hermano. Para que vean que todo tiene en la economía de la vida, un sentido. No opto ni por literatura ni por la vida sino trato de ir y venir de la literatura a la vida y de hacerme mejor lector en la medida en que vivo mejor y vivo más, y de hacerme mejor vividor en la medida en que la lectura ilumina mi vida. Sí hay disputa en mí, pero no muy fuerte. Si estoy leyendo un libro y me está fascinando y aparece mi hijo que quiere platicar conmigo, no me cuesta trabajo cerrar el libro y oírlo; eso sí lo he tenido que aprender. Con los hijos más grandes fingía demencia, ni los daba por escuchados. Pero eso se aprende con los años. Ahora sí entiendo que esas intimaciones de la vida no las puede uno posponer.

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